Juan Álvarez Areces

En una noche del Nueva York de 1983 David Copperfield dejó perplejo al mundo entero haciendo desaparecer, en vivo y en directo, la Estatua de la Libertad. ¿Cómo fue posible tal proeza? Solo una mente genial como la del mago pudo concebir semejante hazaña.
En medio de una multitud expectante, David hizo construir una plataforma estratégicamente ubicada para que el público observara con claridad el monumento. Con un gesto misterioso, el telón, escoltado por dos columnas de vibrantes luces, se alzó ante los ojos atónitos de los presentes ocultando la visión de la estatua. Y entonces, la plataforma comenzó a girar lentamente, de manera imperceptible para un público embriagado por la emoción de lo extraordinario, mientras las luces se dirigían hacia una nueva dirección, sumiendo en la oscuridad a la monumental figura.
Un silencio tenso envolvió el ambiente y cuando la cortina se alzó de nuevo la Estatua de la Libertad había desparecido. La incredulidad se apoderó de los espectadores al presenciar tan extraordinario suceso. Una vez más, el telón descendió y la plataforma giratoria retornó silenciosamente a su posición original, y frente a los ojos asombrados del público, la estatua volvió a emerger, brillante y esplendorosa como siempre.
Una impactante ilusión que dejó a todos maravillados y perplejos, rememorando la tradición de los grandes magos que desafían las leyes del universo.
Y así, en nuestros días, hemos asistido a una gesta similar en la ciudad de Oviedo. Nuestra Estatua de la Libertad son los presupuestos de Alfredo Canteli y la plataforma giratoria, bien engrasada por la publicidad institucional, se asemeja mucho al acuerdo presupuestario entre el Partido Popular e Izquierda Unida. Un acuerdo presupuestario que dice transformar la política municipal, que habla de acuerdos en política social y vivienda y de obras e inversiones, todo ello tan magnífico que es, literalmente, incuantificable e inclasificable en ninguno de los extensos apartados del presupuesto municipal. Un acuerdo que pretende hacer creer que algo ha cambiado en unos presupuestos a los que, desde su aprobación inicial en octubre hasta la fecha definitiva del 26 de diciembre, no se ha añadido ni una coma. Unos presupuestos que permanecen inmutables, sin cambios ni enmiendas.
Una verdadera proeza de ilusionismo político que nos invita a reflexionar sobre la verdadera causa de la desafección por la política, porque mientras los que se suben a la cómoda plataforma que vacía de contenido las palabras, que habla de renaturalización mientras las obras concretas llenan nuestras plazas de terrazas y cemento, que hablan de movilidad sostenible a la vez que se pretenden ampliar aparcamientos en la zona de bajas emisiones o se proyectan otros bajo el Campillín, que dilapida dinero público en el Calatrava sin conocer los costes de mantenimiento y renunciando expresamente a un plan de usos para transformarlo en un gran tablero de Monopoly de 45.000m2 en el que administrar ese espacio como si el ayuntamiento fuera una inmobiliaria regada con el dinero de todos. Mientras todo eso pasa, otros seguimos como el neoyorquino que paseando por el puente de Brooklyn y a pesar del alborozo que se sentía a lo lejos, veía que la estatua seguía tercamente alzada en la desembocadura del Hudson y que nada de lo que en esa plataforma se celebraba estaba cambiando la tozuda realidad.