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Despedida a un vecino de Ules profundo conocedor de las interioridades del Naranco
levo varios días con una sentida pesadumbre. Como una nube que no acaba de disiparse. Todo desde que el viernes recibí una llamada que me comunicaba la muerte de Mino. Seguramente para la mayoría de ustedes sea un nombre anónimo. Mino (Herminio García) era una de esas personas que te encuentras por la vida de vez en cuando y que te dejan huella. Y la dejan por su bonhomía. Por su sentido común. Por su buen humor. Por su actitud positiva ante la vida. Por su empatía. Por su alegría. Mino era vecino de Ules, pero pasaba la mayor parte del día en El Contriz, donde había nacido y vivido al igual que sus padres, sus abuelos…
Allí, rodeado de sus animales a los que mimaba –especialmente a su perrina «Lay», que no se separaba de él ni un instante–, disfrutaba de su pequeña Arcadia feliz. Era un pozo inagotable de historias, contadas con tanto detalle como humor. Y siempre sin prisa. Sabía que el día que me lo encontraba llegaría tarde. Pero, habitualmente, de forma deliberada, me encaminaba hacia El Contriz para disfrutar de su conversación. De él aprendí mucho sobre el Naranco. Raro era el día que no conocía algún nuevo detalle. Fue una de las fuentes principales, junto con José Manuel Granda, de las que bebí para armar una conferencia en el RIDEA sobre el Naranco como espacio de ocio. Con él se va toda una generación de testigos de una historia muy distinta y, ya, distante. Vivencias que quedan en la memoria de los que disfrutábamos de sus narraciones. Mino, al igual que Falín de la Quintana; Avelino El Guardia, de Toleo de Arriba, o Manolo El Roxín de Casa Colasa, de Llano, era memoria viva de un Naranco muy distinto del que ahora conocemos. Pero sobre todo, Mino, era uno de esos que, al poco de conocerle, sabías que te encontrabas ante una buena persona, ante un paisanu. Esa llamada a la que hacía referencia al inicio dejó una huella de pena. Una desazón que no acaba de irse. Ni siquiera llegó a tiempo para poder acompañarle en su funeral. Lo siento Mino. Lamento no haberte dicho adiós como merecías. Ahora, mientras escribo, recuerdo con una sonrisa tu despedida habitual: «Anda santu, espabila que nun llegues».
El Contriz es un lugar deshabitado desde hace años; desde la semana pasada es un lugar vacío. Porque Mino lo llenaba con su presencia. Cada vez que pase por allí no podré evitar sentir un pellizco en el alma.
Te echaremos de menos.