Quedan lejos ya en la memoria aquellas imágenes de un Oviedo cubierto de una pátina gris provocada por los humos que salían de las cocinas, las calefacciones de carbón y de un tráfico que inundaba con coches los rincones más inverosímiles de nuestra ciudad. Humos, también de tabaco, que impregnaban nuestros pulmones en chigres, cafés, cines y salas de espera de hospital. Ese ambiente denso, es verdad, crea una extraña belleza que el cine y la fotografía ha sabido captar, pero habrá que convenir que es mejor tener los pulmones limpios que pretender que la vida discurra en escenarios de una película de Godard.
Hay que reconocer que Oviedo fue una ciudad pionera en querer desprenderse de ese velo gris. En los últimos 80 y primeros 90, un gobierno socialista presidido por Antonio Masip empezó con la tarea en las calles Pelayo y Palacio Valdés, con la oposición entonces del que luego sería su máximo impulsor, Gabino de Lorenzo. Fue en esos tiempos cuando se fue eliminando el tráfico del Casco Antiguo. La peatonalización no solo se limitó al centro, sino que se extendió a zonas del ensanche y llegó a los núcleos de casi todos los barrios. Este modelo de ciudad amable y peatonalizado fue, de hecho, una seña de identidad y orgullo de los ovetenses. Las reticencias primeras de comerciantes y vecinos quedaron resueltas en cuanto vieron las ventajas de un proceso de peatonalización que incrementaba la actividad comercial y el valor de los inmuebles, reticencias clonadas a las que hoy se alimentan contra las Zonas de Bajas Emisiones (ZBE). También durante el mandato de Agustín Iglesias Caunedo se aprovecharon los fondos del Plan E de Zapatero para hacer peatonalizaciones en Ventanielles. Durante el mandato de progreso (2015-2019) se trabajó en proyectos de gran ambición, pero, desgraciadamente, no hubo tiempo para pasar de las musas al teatro.
Esta gran apuesta por las peatonalizaciones cambio también la manera en la que nos relacionamos con la ciudad. Una ciudad en la que gran parte de los desplazamientos los hacemos a pie. Oviedo estaba colocado en la “pole position” para poder estar en vanguardia en materia de movilidad. Ciudades que partían desde posiciones no muy distintas, como Vitoria o Pontevedra, lo han logrado. El secreto es bien sencillo, tener un objetivo claro, consensuado y estable en el tiempo, sin que sea revisado en cada mandato, se puede lograr. Lamentablemente en esto llegó Alfredo Canteli e hizo cierta aquella máxima del Partido Comunista Chino de un Estado dos sistemas. Hoy nos encontramos ante un partido popular con dos modelos radicalmente diferentes en materia de movilidad y el problema para Oviedo es que, justo cuando más lo necesitamos, cuando las políticas medioambientales son una realidad que se alinea con las políticas que vienen de Europa cargadas de fondos, tenemos la peor versión. Una versión que arrastra los pies en el cumplimiento de mínimos para intentar alcanzar con la mera formalidad los codiciados fondos, pero que en cuanto rascas ves que la realidad está muy lejana de compartir esos objetivos. Por esas razones se da vuelta como un calcetín a los proyectos EDUSI, aún a cuenta de perder la mayor parte de los fondos por meros prejuicios ideológicos, todo por no hacer propios proyectos listos para su adjudicación que podrían haber simplemente modificado si había aspectos del proyecto que legítimamente no compartían. Prejuicios que se transforman en perjuicios para los y las ovetenses que se enfrentan al incordio de un rosario de obras inconexas con un fin casi ornamental (según su particular gusto) y que no han sido precedidas de un estudio de movilidad que hubiera adelantado problemas que hoy sufrimos día a día. Por eso el alcalde ridiculiza los parkings disuasorios que se implementan en todas las ciudades hablando de distancias de 10km. No, señor alcalde, nadie quiere que los parkings disuasorios estén en Siero. Ridiculizan también los vehículos lanzadera gratuitos de esos parkings al centro, como si fuera una ambición de ciencia ficción que, sin embargo, se hace real en cuanto se visitan ciudades europeas de similar dimensión. Por esos motivos se vincula la ZBE a la ampliación de un parking en pleno centro porque; “los coches no tienen que llegar al centro, pero sí a un parking”. Por eso se pretende hacer en 2024 una plaza dura en La Escandalera, argumentando que debemos sufrir 363 días porque se necesita ese espacio para hacer un par de conciertos, como si los conciertos públicos y gratuitos de los que disfrutábamos en San Mateo no pudieran escucharse sentados sobre un espacio verde. El equipo de gobierno debe creerse y hacer propias las políticas que se orientan hacia un futuro medioambientalmente sostenible, no sólo porque son fuente de financiación, sino porque son buenas. Necesitamos que el proceso de renaturalización al que nos hemos comprometido se concrete en proyectos reales, necesitamos firmar la declaración de Emergencia Climática y no estar a la espera que de que los técnicos nos digan si implica algún compromiso, porque en el caso de que lo supusiera, el compromiso sería bueno. Necesitamos una Ronda Verde, un anillo que conecte todos nuestros parques. Necesitamos un corredor verde que vertebre la ciudad de este a oeste (del nuevo al viejo HUCA) y que actúe como un centro de referencia y generador de una nueva dinámica, también social.
Por esas razones creemos que la ZBE es una oportunidad que debemos aprovechar para empaparnos de una concepción diferente de la ciudad y de la manera en la que nos relacionamos con ella. Una ZBE que debe cumplir con los objetivos que se definen en la convocatoria que no son otros que la drástica reducción de gases de efecto invernadero y de contaminación acústica en el centro de las ciudades y que se consigue limitando la circulación de los vehículos más contaminantes. Una ZBE que también debe hacerse con criterios sociales, fomentando un uso mucho más intensivo del transporte público para todos, generando un tipo de movilidad más sostenible que no privilegie la movilidad únicamente de aquellos que se pueden permitir tener los vehículos menos contaminantes. Una ZBE que debe evitar el efecto frontera y que debe permear los criterios de sostenibilidad también a los barrios que queden fuera de los límites, pues si no es así, será muy difícil alcanzar los objetivos porque los gases, también los contaminantes, tienen la mala costumbre de ocupar todo el volumen del recipiente que los contiene. No podemos tener una ciudad a dos velocidades, tampoco en materia de movilidad sostenible.
Lo que nos presenta el equipo de gobierno es una ZBE que ha ido cambiando, expandiéndose y retrocediendo, en adaptación no al cumplimiento de los objetivos, sino al encaje de un proyecto determinado. Ahora por fin hemos conocido que la versión que se implantará es la de una ZBE con dos anillos: un anillo interior, con una circulación más restrictiva, circunscrito al ámbito del Campo de San Francisco y el Casco Antiguo, que, en la práctica, tendrá poco efecto ya que la mayoría de las calles que se incluían o son peatonales o ya tienen circulación restringida. Y un anillo perimetral que delimitarían las rondas de circunvalación interior (Ronda Sur, Adelantado de La Florida, General Elorza, Avenida de Santander, Hermanos Pidal, Muñoz Degrain) en las que habría algún tipo de restricción aún sin definir. Este modelo en anillo sí es verdad que limita el efecto frontera, pero en función de las restricciones que se implanten en el anillo exterior se podrán alcanzar o no los objetivos que nosotros creemos prioritarios que no son otros que hacer de nuestra ciudad una ciudad amable, que cuida de sus vecinos y que les procura espacios saludables y que también sea eficiente en materia de movilidad. Tenemos todas las condiciones para poder lograrlo, aprovechemos la oportunidad que tenemos delante, está en nuestras manos lograrlo.